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¿Puede Fortnite, u otros juegos online masivos, ayudar a la educación de nuestros hijos?

Sin categoría Sep 23, 2020

Stephen Hawking en el prólogo del fabuloso y fundamental “Breve historia del tiempo” explica que cuando le encargaron que escribiera un libro de divulgación científica le hicieron una advertencia: Por cada formula que escribiera iba a perder la mitad de los lectores. El señor Hawking aclara que tomó nota del aviso y solo usó una.

Yo me aplico la misma premisa, quiero que el contenido de este artículo llegue a la mayor cantidad posible de gente y, por lo tanto, solo usaré un dato: 1023, quédense con él, es importante.

Las personas que amamos los videojuegos como forma de ocio en el sentido aristotélico de espacio reservado para el crecimiento personal llevamos toda la vida sufriendo la mirada condescendiente de nuestro entorno que considera nuestra afición como una afición menor. El indudable crecimiento que ha tenido el interés por los videojuegos, como el que ha tenido por otras ramas de la cultura reservadas a una minoría anteriormente, ha traído aparejado una multiplicación de la oferta que ha colapsado el medio. Así como las películas que estrena Disney acaparan un porcentaje muy grande del interés por el cine, los grandes AAA acaparan mucho del interés del público mayoritario en los videojuegos. En mi opinión este espacio tiene muchas mas ventajas que defectos, pero ese es otro tema. De lo que quiero hablar es de cómo esos juegos AAA no solo no son necesariamente negativos para el desarrollo de nuestros hijos si no que, en muchos sentidos, incluso estos mastodontes realizados básicamente con fines lucrativos y no artísticos o intelectuales son importantes para el desarrollo de los chavales.

Y ahora retomamos el dato: 1023 son las horas que mis hijos (entre los dos) han dedicado a Fortnite en el 2019. Si, es mucho, si, me gustaría que hubieran diversificado más su ocio en general y su ocio electrónico en particular (solo juegan los fines de semana así que imagínense), si, en todo eso tienen razón y lo podemos hablar otro día pero, como educador, vengo a hacerles unas consideraciones:

El mundo en el que vivimos no es el mundo de nuestros padres o en el que yo me crié. Este mundo, incluso antes de la pandemia, no fomenta la interacción en la calle. En la mayoría de las plazas de mi ciudad está prohibido jugar, las actividades deportivas extraescolares son un nicho de padres frustrados, monitores poco preparados y niños que no entienden, por que nadie se ha preocupado en hacérselo saber, en qué consiste en realidad el deporte.

Les pedimos a los niños que tengan relaciones “en directo” con sus amigos pero, en realidad, la mayor parte de nuestro contacto con nuestros conocidos es a través de medios electrónicos o de las redes sociales.

Les pedimos a los niños que lean cuando no solo la mayor parte de los padres no leen o leen poco si no que su actividad educativa, al igual que nuestra actividad profesional, está vinculada a medios audiovisuales. La velocidad a la que un niño de 10 años de hoy procesa información le hace difícil asumir el ritmo que requiere la lectura. No digo que sea bueno esto, solo lo señalo porque, además, en su día a día de joven y de adulto va a necesitar, precisamente, las habilidades que ahora pretendemos que no desarrolle.

Durante un tiempo defendí los videojuegos con niños por las ventajas de psicomotricidad fina que otorga, los beneficios a la velocidad de reacción, la relación mano-ojo y ese tipo de cosas. También he defendido que un videojuego bien escrito puede aportar los mismos valores humanos, intelectuales o morales que una novela o un cuento. Pero ahora estoy hablando de Fortnite y de un tipo de juegos que no han sido concebidos, para nada, con un propósito educativo.

Soy consciente de los peligros de Fornite y de los graves problemas que puede generar, especialmente en lo relacionado a los micro pagos y al peligro de incitar adicciones. Está diseñado por unos profesionales cojonudos que ponen todo su talento en tratar de sacarle a mis hijos toda la pasta que puedan, Y lo hacen muy bien. Pero es que a veces se nos olvida el pequeño detalle de que podemos educar. Leer es una actividad maravillosa pero también puede ser muy dañina si el lector no está educado y, como esto, todo.

Fortnite no tiene una historia, no pretende transmitir una idea. Los personajes masculinos y femeninos son iguales en características, la estética aleja el juego de la realidad, de forma que no te sientes incómodo matando a tus contrincantes porque evidentemente ese muñeco no es un ser vivo y hay una suficiente cantidad de personajes racializados como para que todo el mundo pueda sentirse identificado. Es, en el más amplio sentido de la palabra, un juego neutro.

¿Qué ha aportado en la educación de mis hijos? Para empezar les ha enseñado a gestionar la frustración. Fortnite no otorga ninguna ventaja a ningún jugador en ninguna circunstancia. Mis hijos tuvieron que aprender a jugar contra otras personas que no tenían la más mínima intención de darles cuartel y los mosqueos en casa durante las primeras semanas fueron significativos.

Las claves que cualquier terapeuta te dará sobre como gestionar la frustración en un niño son, básicamente: Enseñarles a esforzarse por conseguir los objetivos, que estos sean claros y asumibles, que aprendan a superar los obstáculos para conseguirlos, no ceder ante las rabietas y ser perseverantes. Todo esto lo da Fortnite por su propio concepto de juego. Es imposible ganar sin esforzarse y es imprescindible perseverar en el juego para poder ganar.

Fornite plantea una situación muy sencilla que el niño entiende rápido: Un grupo de jugadores, solo diferenciados por sus skins (que no aportan ningún beneficio al juego) y su talento son arrojados a una isla en la que tendrán que luchar hasta que solo quede uno o un grupo si se juega en grupo. Las primeras partidas son terribles, tienes que morir muchas veces para aprender a matar y tienes que pasar muchas horas de juego construyendo en algún rincón perdido del mapa para aprender a construir estructuras a la velocidad necesaria para que te sean útiles. Superar ese proceso educa en la perseverancia y en la cultura del esfuerzo tanto como lo que puede educar en eso leer “el conde de montecristo”, ejemplo paradigmático de perseverancia.

Por otro lado los jugadores no dan cuartel, da igual lo que se cabree mi hijo, lo más que va a conseguir es que los demás jugadores se rían de él o no tener amigos con los que jugar en grupo. Se han cogido unos cabreos tremendos pero, con el tiempo, aprendieron que sus rabietas, no aportaban nada, solo les estropeaban la experiencia, les alejaban de la gente que quería jugar con ellos y les hacían jugar peor.

Todo esto no sirve de nada sin una mínima labor educadora del tutor o la tutora, por supuesto. Hay que marcar unos limites en las expresiones de frustración, no tolerar insultos, no permitir actitudes que vayan en contra de nuestra forma de entender las relaciones humanas y no fomentar actitudes adictivas como la compra indiscriminada de útiles para el juego. La labor educativa es fundamental, como lo es en todos los ámbitos de la vida, pero la mejor educación en estos valores se da con el ejemplo y con una actitud positiva hacia lo que pasa.

El proceso de aprendizaje mediante un tutorial (learn by doing) la tolerancia a la frustación, la recompensa tras la superación de objetivos, la cultura del esfuerzo… son todo valores imprescindibles para la vida que se aprenden con un buen videojuego. Por no hablar de los valores colaborativos que proporciona el juego en equipo, valores que, es cierto, podrían desarrollar en la calle haciendo deporte pero ¿debemos sancionar un medio para lograr hitos importantes solo porque no es el óptimo o porque no es nuestro favorito?

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